viernes, 17 de septiembre de 2010

Debajo, una mujer

Te diste cuenta

pareces haberlo notado.



Debajo, había una mujer con sus islas y escollos,

cueva de rincones absolutos nunca desiertos.

Bajo la cabellera en desorden

bajo la piel enrojecida, huérfana de frìo

debajo del sol,

había una mujer.



Mujer debajo, mujer delante

animal a lo largo de una ancha herida

mujer a todo lo largo de la piel cubierta.



Pobladora de libertades,

dueña de rutas imposibles y accesos concedidos.

Manantial de seda.



Ahí, debajo, a través de los siglos y los tiempos muertos

desplumada de las alas del miedo

despojada de palabras,

desnuda bajo abrigos de apariencias.



Lejana a tu, cualquiera, posible impresión

ausente de proyectos, carente de futuro

rebosante de inmediatos.



Ajena a lo cotidiano,

ignorante de lo que te ocupa, de lo que te viste y guarece

ajena al barniz de vocaciones y resultados

ajena a todo menos tu mirada águila,

tu simiente intento, paso de tigre.



Ella lo sabe

ella que vuela en desmesura y puede leerte entre párpados,

ella que concede al paso un leve instante,

una mínima franja, un momento apenas que roce la tierra

hasta saberla y reconocerla

y de puntillas alzar de nuevo.



Levar anclas,

llevarte en la mirada llena,

llevarte…



Pareces haberlo notado.


Debajo, había una mujer

soplido de ángel, sorbo huracanado

lento trago compartido.

Aguamiel.



Mujer sin dueño, sin historia.

Mirada belleza que trasciende contornos

ojos promesa de lo indecible,

cima de montaña.



Te diste cuenta

pareces haberlo notado.



Águila danzante,

mirada sin retorno, raíz embriagada

garra que aferra.



Da ese paso

que huelga de palabras y mañanas tibias

que te vuelque al gesto lumbre.



Ella despeja la insignificancia, desmorona recuerdos,

serena tempestades.

Te lleva de la mano,

en el modo en que la tocaste con los ojos

sólo con los ojos…



Pareces saberlo,

el vuelo ahueca la escasez,

puebla los ojos,

revela el sol

para debajo, hallar una mujer.



Humo inasible. Ojo de agua entre los dedos.

Águila o sol. Ambos.

Águila, sol y una mujer a lo ancho y largo de su piel.


Pareces haberlo notado.

© IZ

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Dos sombras

Dos sombras de frente son dos temblores sobre el agua,

dos universos impares contra el reflejo de luna.

Son dos sueños recortados sobre la sábana blanca,

dos cuerpos capaces de noches indecibles.



Dos sombras son dos estatuas que emergen al unísono,

son la compañía que basta; son dos hojas al viento de un mismo árbol;

el prisma de una brillante luminosidad en un caudal de penumbras,

el entrecielo que un día se grabó en mi frente.



Dos sombras son dos fantasmas de cuerpo entero sin amenaza de deletrear su nombre,

son dos cuerpos recién apagados a las ocho en punto.

Dos, que caen sobre la almohada.



Dos sombras de frente son desandar el silente y solo laberinto,

son la delicia que se ensancha a cada exhalación,

dos, dueñas de voces imposibles,

presencias entrelazadas, tormentas que se acompañan.



Dos sombras son pasos confundidos en un mínimo tramo,

estelas de aromas de un mismo deseo,

dos siluetas dispuestas al idilio,

dos pinceladas sobre el lienzo desnudo,

dos rastros de vida en la calle desierta.



Dos sombras son lo que asoma en la imaginación del que espera.

Son la posible fusión de dos anhelos, son la fantasía de la añoranza

y el fin de la impaciencia.



Irma Zermeño © Todos los derechos reservados.