miércoles, 3 de abril de 2019

Las redes o la sed de ser

Las redes o la sed de ser

Que las redes no nos vuelvan antisociales, ni nos agreguen nudos ni miedos. Que tampoco nos vuelvan jueces anónimos ni sembradores de odio hacia todo y todos. Tampoco permitir que nos pongan en riesgo, de ningún tipo. Que no nos atrapen.

No dejar de distinguir esa distancia inmensa entre lo que tienen de bueno: utilidad, publicidad, acaso promoción; compartir una obra, una frase, un cuadro que nos conmueve, un autor que descubrimos y queremos gritar lo bueno que es, que sea leído.
Descubrir cosas que desconocemos, sorprendernos de la magia de una fotografía que de tan precisa lastima; decir de ladito que nos duele, que nos emociona, que andamos ilusionados; gritar que viene libro en camino, que asoman nuevos cuadros, que la familia crece; que nos duele el país en el que nacimos y vemos perder y perder.

Que vengan a compartir, que un año más de vida, que algo se logró, al fin; que alguien se nos fue para el otro lado; que vean esa función de teatro, que gran película, que juntémonos, que celebremos estar vivos. Eso. Que mientras creamos (y creemos) estamos vivos y lo sentimos así a cada instante.

Que nos crecieron los enanos, que otro bebé en camino, que descubrí una variedad de orquídeas que no imaginé que existiera; que un brindis por los que se fueron, por los que llegan, por los que siempre se están yendo.
Que mira la bruma sobre esos cerros, que esa neblina no termina nunca, que los insectos traen modo de orquesta que nunca se detiene, que todo gracias a la contemplación serena.

Que en las redes descubrí que al colmillo del elefante lo pintan de rosa para que nadie lo compre; que hay nuevas especies en extinción; que existe una playa llena de cerdos que nadan; que el habanero es el mejor y más potente antibiótico; que hay nueva exposición que debes ver; que las jacarandas poblaron la postal de la ciudad; que hay contingencia y mejor aprovecho de una a siete para guardarme en casa; que los taxis que se decían exclusivos, se volvieron tan peligrosos como cualquier otro; que unos padres echan en falta a la hija desaparecida; que en África los colores del amanecer van saturados de hermosura; que hay que echarle más ganas al tema que se acerque a la cultura, porque se pondrá más difícil, que aún así, persigo el telón de terciopelo en lo por venir, que arranco nueva aventura entre el telón y lo musical; que el libro de la memoria ya viene pisando fuerte; que dónde viene una nueva marcha, que cómo nos reunimos en aras de proponer estrategias; que tal libro nuevo es imperdible; que no nos quedemos en la superficie de la ola, que lleguemos hasta abajo, donde el tesoro, donde el asombro y donde quede una sonrisa. Y que dejemos de generalizar y pongamos a dormir a los prejuicios. Que ya es hora, que ya basta.

Que el estudio del pintor de la última entrevista es una chulada, que comparto para que no se quede en rumor; que cerrar las redes nos deja recargando la mirada sobre alfombras de jacarandas que pueblan cada calle; que haremos lo que podamos hacer cada uno, a su manera y no, mucho más. Y no es poco.

Que quede claro para qué nacieron y cuánto se han desvirtuado. Que querían compartir, expresar y de golpe, encaminan un suicidio aquí, mil denuncias por allá, todo válido, mientras sea el foro que corresponde para tanto señalamiento y mientras ese cauce lleve a puerto de justicia.

Que nos unan, que nos acerquen, que sean puentes, invitaciones, convocatorias y brindis. Una más de las manifestaciones de esta época y nada más.
“Hemos caído en una pantalla”, dijo Sabina Berman en una reciente entrevista de radio. Y a veces, muchas veces, siento que hemos caído en lo más bajo de una pantalla y con todas sus consecuencias.

¿Y quién usa a quién?  Y ¿quién le sirve a quién?
¿El usuario las usa a placer? o ¿las redes atrapan al usuario sin que pueda apenas advertirlo? Las redes pescando a los usuarios, las redes creando antisociales, espionajes, rompiendo lazos, descubriendo atrocidades y repartiéndolas por doquier y sin piedad. Las redes destilando veneno, rabia y venganza hacia todas partes. Así de absurdo.

Y ¿lo irónico? Que en teoría las usamos a placer, que nadie obliga y, cuando menos se piensa: ahí está el infierno. Una adicción, una esclavitud, un nuevo contrasentido. ¿Hasta cuándo?



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