lunes, 11 de mayo de 2020

Abono al cofre desde la misma cima

Abril 20 del 2020, abono al cofre desde la misma cima.

Ha pasado una semana. Siento como si hubiera pasado más tiempo. En esta temporada los días se alargan de más. Les cabe tanto, y miras el reloj para comprobar que son, apenas, las tres de la tarde. Ya noté que no es hacer por hacer, sino un hacer para ser. O eso busca.

Los cafetales se llenaron de granos rojos en su punto. Le di a la pizca. Cortarlos, quitarles la piel, ponerlos a secar al sol sobre una malla. Sacar el corazón aún pálido, que luego será verde. Tostar, a fuego lento, con aún más paciencia de la que tengo (al descubrir, por ejemplo, nuevos avisperos por todas partes) en pensarte y darte forma.

Previo a los granos, la flor del café se cierra y forma en la rama, una larga hilera de brotes como colmillos blancos. Simula filo. O mi mirada se empecina en ver filo.

Empecé esta carta en el balcón, quería que nos sobrevolaran las aves de por acá, pero he entrado en la casa, para escribirte sin veneno nuevo. No es metáfora.
Qué de brava es la naturaleza que no deja de recordármelo.
Tengo una roncha encimada a la anterior, parecen de colección. Y de noche, un ardor en la piel que semeja al del amor propio herido o al de la decepción.

Encima de mi cama vestida de algodón blanco, volteo y miro en el buró: junto a una jarrita con gardenias que corté ayer, y que lo perfuman todo, un gran machete. No sé si es más brillante que filoso. Te preguntarás si sé usarlo. Sí.
También tengo -al mes de confinamiento - buena mano con el serrucho y la sierra. Mis ojos le dibujan futuros a los troncos caídos, le imaginan utilidad. Las manos obedecen. Quién me viera. Ojalá que tú. ¿Qué verías?

El muchacho que trabaja aquí, dijo ayer Oiga, oí cantar a una nauyaca.
¿Dónde mero?, apuré a preguntar. Cómo quedar indiferente.
Aquí abajito, dijo seco, y sus dedos señalaron una mínima distancia. Un metro. Así me lo soltó, sin el menor susto en su gesto, yo lo imité.
¿Qué se hace, si llega a morder?, creo que preguntó un agujero en mi pecho.
Pos, dudó un rato, vamos con los culebreros, ellos saben cómo sacarle el veneno a uno. Ellas son bien tímidas, recalcó.
Ah, ¿sí? Bien tímidas, repetí, y seguí aparentando calma.

Caminé lento. Nauyaca o serpiente terciopelo, me fui, rumiando. Culebreros, resoplé. A saber qué hagan para expulsar el veneno.
No pasé buena noche, huelga aclarar. Mi cabeza abrió la puerta a varios peligros.
Ya venía siendo racha de barajear posibilidades non gratas y jugar con ellas. A sumar nuevas.

No tengo suero antiviperino y, como te conté, estoy a media hora de coche de la población cercana. Ni tengo el suero ni sé administrarlo. Qué consuelo.

Recordé cuando empecé a venir por esta tierra, hace dos años, y los primeros temores me llevaron corriendo a una farmacia del centro del pueblo a pedir suero para víboras. Tal cual.
El empleado, perplejo, dijo ¿Para víboras? No, aquí no hay de eso, ha de ser en una veterinaria y sólo donde haiga víboras. Que aquí, no. (Debo contarte que Veracruz es famoso por su variedad de serpientes).
Ese fue mi único intento por conseguirlo. No insistí. Fiel a mi carácter distraído, me volqué en algo más, y lo olvidé. Mecanismo de defensa, quizá. Si funcionó, fue hasta ayer.

Que canta la nauyaca. Algunos ven canto donde yo veo mordida, asfixia y punto final. Tan tan.
Por eso el machete en el buró, supongo. Y quizá, las gardenias -a su vera- para suavizar la imagen y perfumar los insomnios.

¿Serás tú de los que actúan en lumbre o de los que se paralizan? Me pregunto. Yo pertenezco a los dos bandos, me he visto en ambos. No sé qué lo defina, si el azar o mi temperamento sanguíneo.

Así que, de momento, agradezco los ratones blancos que corren detrás de la lavadora, y que desaparecen una vez encuentro su agujero y lo tapo. Son casi bonitos. Y las cuijas, las abejas hiperactivas de primavera; los calores de infierno; la humedad que está cerca de lograr que me evapore, por las tardes, mientras la terciopelo no me cante en serenata privada, ni me dé a probar su veneno, ni nos encontremos la mirada una a la otra.

Ya, de tanto escondérmele al virus, desapareció la prisa en todas sus formas. También algunas vanidades. Uso cualquier trapo para vestirme; dejo que asomen las canas, que crezcan y brillen, ya nos hablamos de tú. Que sean y seamos juntas.
Dejé de matizar el olor de mi piel. No disimula el animal que traemos dentro, ruge, se deja ver y oler. Una huele distinto, me gusta conocerme así, a pelo. ¿Para qué acallar el propio olor? Que me cuente quién soy, qué tan suave, qué tan fiera.
Y retomé el baño frío, de noche, aunque los horarios no existen.

Tal vez te importe saber que nunca he sido muy puntual ni muy lo contrario. Hay rachas en que mi disciplina parece japonesa y, otras, en que soy una huelga encarnada en todos sentidos. Por contrastes, soy inacabable.

Mi hija -de veintidós- me repite ¿No te parece que eres demasiado positiva?
Esa frase ha nacido aquí. Y no lo soy siempre. Pero cuando traigo rabia y hartazgo, me callo. Otra lección de esta convivencia donde nadie sale, o lo hacemos las dos juntas.

Ella, que me acompaña esta temporada, está aprendiendo a esperar, a aceptar. Dos palabras fáciles de decir a esa edad. Y a la mía.
Sin internet, no habrá cursos en línea, pero su ser compañera se fortalece. La palabra solidaridad tiene más matices. Creo que, sin darse cuenta aún, nutre y riega a diario, las semillas que va sembrando y busca ya que asomen las flores. Literal y metafóricamente.

La inmediatez de su generación aquí es inexistente. La gratuidad de fondo se desvaneció.
Nos turnamos los quehaceres, las mangueras, los trastes; saca lagartijas; lava y tiende la ropa. Son cosas que no hacía, que antes no le exigí, por absurdo que se lea.

Incluso llegué, aquí, a sentir algo parecido a la culpa. Cómo alejarla de alguna forma de estudio. No tardé mucho en darme cuenta: aquí está esculpiendo su ser, sus cómos. No hay a qué volver, de momento. La propuesta inicial de quince días devino en treinta, y es una cuenta que crece a diario, según golpea la realidad. Vamos en cuarenta y cinco, por venir. Ya no pregunta, ya ni la ceja levanta. A la ansiedad la debilita entre colores y mandalas. Y cocina mejor de lo que imaginé.

Para estudiar habrá tiempo. A aprender a vivir más vale que nos apuremos, aunque es tarea que nunca termina. Acá deshebra sonidos, distingue entre vuelos de pájaros, y tipos de hongos sobre la hierba. Guarda la semilla de cuanto come; toma fotografías de insectos; camina largo; y puedo ver cómo ahonda en sus calladas reflexiones. De repente le asoma una lágrima, a veces las lágrimas son mías: inesperadas, nacientes como sin motivo aparente. Están y ruedan, y las sellamos con un abrazo tan apretado como silencioso. O, cada una en una esquina distinta. Aquí nos estamos viendo las entrañas, y no todo lo que sucede es precioso. Tenemos a la tolerancia en engorda.

Aquí sé esperar -mejor- que pase el desencuentro. También aprendimos que un chico zapote se duerme si no lo dejas a la intemperie. Esto es, que nunca madura y se pudre tieso.

Los ritmos de los temperamentos se parecen a los de afuera. Cada ave y semilla se manifiesta a su antojo. Nada es, a diario, lo mismo.
Los sentimientos arrecian de noche, tanto como la voz de los búhos. La neblina y los recuerdos se confunden en este laberinto. Las hojas caen con la misma ligereza con la que olvido lo que parecía prioridad y hasta urgencia.

Extraño a mis hijos, los otros dos, que libran estos días de virus, a su modo, y en rincones distintos. Nos salva, al menos por un rato, la voz del cariño al teléfono y los videos que logramos por minutos. Mirarnos, saber cuánto queremos abrazarnos. Están creciendo, valorando, repensando sus formas y sus vidas. La incertidumbre araña, rompe, y deja entrar luz de nuevos pensamientos. A los veintitantos, de los tres, eso ya es mucha gracia.
No sé, aún, qué tanto se den cuenta. Está lo que dicen y lo que callan, pero asoma en primer plano cuánto nos faltamos en tercera dimensión, fuera de una pantalla.

Buscamos, todos, una pomada para sobrevivir: al virus, a lo incierto, a la lejanía, a las consecuencias. Y manoseamos los hubieras, pensamos cuánto se irá a la mierda, qué será postergación y qué, destrucción. También recordamos algunos de nuestros olvidos.

Esta era va a reescribir oficios, querencias, hábitos y prioridades. Va a acentuar nimiedades y a permitirnos notar nuestros reveses. Al tiempo.

Que corra el aire y que yo pueda visitar ese nido de nostalgias que llevas en la mirada. Que tu voz líquida se deslice en mi oído, alguna vez. Sin prisa, que ya no quiero recordarla.
Que pase todo esto, arando en nuestra mente y entrañas. Que deje frutos que nos duren.

No conseguí el suero, pero intentaré dormir.
Ya sabes que te espero,

I.

@irmazer

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