miércoles, 3 de febrero de 2010

Noche de ronda

Noche de ronda
Como humilde homenaje a Rubem Fonseca.

Llegué tarde a casa, como anfitrión de un invitado español que aterrizaba cansado. Tras recogerlo al aeropuerto lo llevaba a cenar sin importarme demasiado la hora y por tanto la escena obligada: mi mujer y el solitario en la cama, el whisky, a medias, en el velador.
No esperes que yo lo atienda, dijo, mira mi aire agotado.

Bajé a la cocina, el atristado lugar donde mis hijos no hacían escándalo y como siempre apresuré la cena. Ahora debía esperar que el invitado cenara, departiera y por si fuera poco dependía de mí. Calenté los guisos, apuré a la sirvienta a disponer la mesa y copa en mano, me limité a esperar.
Tú no sabes atender, una sola vez te pido que te hagas cargo y mira cómo lo tratas, suelta ese whisky y recíbelo como merece, pasó por la sala diciendo mi mujer. ¿Qué maneras son estas?

La cena fue sabrosa aunque abundante, yo detestaba la hora de la digestión que aletargaba mi paseo nocturno pero esta vez no tenía salida.
El español escupió mientras habló de todo, mis hijos mantenían el nivel del escándalo y mi mujer embriagada, decía necedades.
Revisar al reloj constantemente en aras de la teleserie americana interrumpía su monólogo. Llegaba la hora. Debía subir, whisky en mano, a no perder detalle en televisión. Se aceleraba la sobremesa. Se reducía la espera.

Fuimos al garaje y el invitado elogió mi auto, un Mercedes 220 1959 con tablero de madera de raíz y vestiduras miel.
Me pedìa que lo acercara al hotel , escuchó a mi mujer preguntar por mi paseo de cada noche. ¿Vamos? Pregunté.
En el coche, siguió escupiendo mientras hablaba. Y por qué es que miras para todos lados, se te siente un aire tenso, dijo. Relájate.
A mitad de trayecto hacia el hotel que lo hospedaba, se acercó de pronto y me rozó la
mano libre del volante que mantenía sobre la pierna y continuó su caricia en mi pierna.

Saliste puto, dije. Cómo puedes ser estúpido y pensar que a un socio de la compañía de entrada te lo llevarás a la cama.
Qué tiene que ver ser socio si ahora es de noche, no mezcles cosas del trabajo, mañana hablamos que yo voy llegando y quiero fiesta, respondió el puto inquilino pasajero de mi auto. Hastiado respondí, si quieres fiesta bájate ahí mismo que te irás solo.
Pero esta calle es muy oscura, no se ve ningún local donde siga bebiendo. ¿Vamos? Preguntó. Anda, joder, que sé buen anfitrión, bájate conmigo.
La noche aun esperaba mi turno. El tipo era necio además de puto y no libraba a dar mi escapada así que se bajó y debo acomodar el auto, dije, espera que ahora te sigo. Desde fuera de la ventanilla, le sonreí a descaro. Se agachó y me pasó la mano por el pelo; la cara de satisfecho que puso al creerme capaz, imaginarme en poco rato clavado en su cama me animó.
Eché un vistazo al retrovisor, estaba libre. No había por ahí bares, eso era cierto. Él no conocía la ciudad, era mi ventaja.
La tensión amainaba, al menos el tiempo perdido y el valor de hacerlo creer me exentaba de buscar nueva víctima. Como socio él no era imprescindible. Hasta disfrutaba pensar que esta vez él me sorprendía con su intento. No sólo yo a él.
Eché reversa, apagué luces y a toda velocidad le di el primer golpe con la defensa. Una estocada a doble acero cromado. Lo cogí desprevenido de espaldas por ahí de las rodillas, un poco más de prisa en una segunda estocada hacia los muslos. Tenía que cerciorarme, no fuera a verlo mañana en el despacho acusación o demanda en mano. El vientre me temblaba de excitación y rabia.
Mira que sobarme la pierna, sobarme la mano, pensé levemente indignado. Tiré del volante hacia delante y lo repasé nuevamente. Una nueva reversa y volví a tirar de frente. Esta vez me deshacía de un marica en una calle desierta. Nada menos.

El silencio del potente motor seguía cómplice. Trece segundos duró la hazaña.
Encendí los faros para ver por última vez al socio que tiraba a amante. La estampa se bañaba en sangre.
Dejé el suburbio. Volvía de prisa en esa máquina que no se comparaba a ninguna otra.
Mi mujer totalmente ebria soltaba carcajadas frente al televisor que gritaba en inglés. Retiré de su mano el whisky y lo empiné en mi boca de un solo trago.
Me duermo, dije, mañana presento al nuevo socio en la compañía si llega a salir de ese tugurio en que lo he dejado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario